miércoles, 5 de enero de 2011

Epifanía

caratula036 En nuestra vitrina vemos un afiche con la imagen de los magos.

Es una imagen no como los demás: no hay establo con pesebre, no hay personas arrodilladas, tampoco hay la sagrada familia.

Tres reyes extraños llevan sus dones en sus manos. En el centro del cuadro está el niño con los brazos extendidos, una luz alumbra al niño.

Delante y detrás del niño están los huéspedes, sólo las coronas dan a entender que son reyes.

Pero ¿qué llevan en sus manos?

El primer rey con una cara inmóvil enseña una libreta que dice: desaprobado. Así es su situación. Sus esfuerzos no han sido suficientes. El bien que quiso realizar, no lo hizo. Los buenos propósitos que había tomado no los cumplió. En cuanto a la responsabilidad que le habían entregado falló. El balance de su vida es negativo. No merece la corona que lleva. Es para llorar.

Bien podría decir el rey: “Mira, quería darte algo, pero mis manos están vacías, aunque no del todo. Tengo aquí mi libreta, pero me dice que estoy desaprobada. Tengo vergüenza delante de ti. Ante los hombres he podido esconder lo que no debían ver, pero tú, de eso me doy cuenta, miras en el corazón. Me siento avergonzado delante de ti.”

En eso el niño lo mira con más cariño todavía y abre más sus brazos y le dice: “No necesitas tener vergüenza. He venido para dar a todos los que lo deseen una nueva libreta, en la cual está escrito: Tú eres un hijo de Dios. El te ha llamado por tu nombre. Tú perteneces a él al igual de mí. En esto consiste nuestra dignidad que Dios ha dicho su SÍ a nosotros a pesar de las malas libretas de este mundo.” En eso el rey comenzó a llorar de alegría y las gotas cayeron en la libreta y pronto ya no se podía leer: ‘desaprobado’. El rey se arrodilló y besó los pies del niño.

Detrás del niño como para esconderse está el segundo rey. En su mano derecha sostiene una máscara que tiene la forma de una cara alegre. Pero la suya es totalmente diferente. Es amargada y acongojada. Solamente a las justas logra ordenar sus ideas raras y le dice al niño:

“Escucha, tú que eres un niño amable, la vida en este mundo es difícil. Siempre hay que estar alerta para que nadie se meta en la vida de uno. No conviene que miren dentro de ti, porque se van a aprovechar. Mejor que cada uno cumpla el papel que le han asignado. Como uno se siente adentro, no debe interesar a nadie. No muestro cuán mal me va. Alguien podría alegrarse del mal ajeno. Y esto duele. Y si me siento débil, lo disimulo. Pues otros ya están esperando para tomar el sitio. Sí, niño, la vida es dura. Tú mismo lo sentirás más adelante.”

Mientras él hablaba el niño se volteó y lo miró con cariño y comprensión. Y luego le dijo: “Lastimosamente tienes razón, la vida en este mundo es dura. Por eso he venido, para hacer ver que a pesar de todo la vida puede ser bonita. Dame tu máscara, ante mí no necesitas ponértela. No necesitamos esconder nuestra verdadera cara, no somos ni enemigos, ni adversarios, somos hermanos y hermanas, hijos del mismo padre. Donde construimos puentes y derrumbamos muros, ahí la vida resulta ser alegre. Yo te ayudaré para lograrlo.”

El niño tomó en sus brazos largamente al segundo rey. Este después de mucho tiempo se sintió por primera vez bien y su cara reflejaba alegría.

Al lado derecho del afiche está el tercer rey. Sus dos manos sostienen lo que él ha traído como regalo: una copa. Pero la copa está rota. Pensativamente el rey lo mira, luego dice al niño: “Así me siento yo, roto, soy una persona fracasada. Toda mi vida he trabajado. Quería tener éxito y poder e influencia. He invertido tiempo y esfuerzo para ello y he logrado mucho. He llegado lejos, pero en vano. Mis almacenes están llenos, pero mi corazón está vacío. Los hombres me han dejado solo. Ya no puedo confiar en nadie. Me pregunto: ¿Para qué he vivido? He seguido la estrella brillante para ver si me iba a iluminar mi mente. Dime, ¿qué hago con la copa rota, con mi corazón vacío y con mi vida vivida en vano?”

El niño tomó de la mano del rey la copa que al instante quedó intacta y dijo al rey: ”He venido como el salvador, como regalo de Dios para ustedes, para sanar lo que está roto, para vendar lo que está herido, para traer alegría donde habita el pesar. Algún día los hombres beberán de esta copa como signo de la comunidad y reconciliación. Entonces habrá paz.”

En eso el tercer rey mira a los otros dos y les dice: “Hermanos, salgamos de acá y comuniquemos lo que hemos visto, escuchado y experimentado. Todos los hombres deben saberlo. En este niño Dios ha venido a nosotros como salvador. De su copa todos pueden beber y encontrarán la paz los unos con los otros. Pues así Él lo dijo: “Vengan todos los que están cansados y agobiados, yo los aliviaré.”

Heinz Gronewold

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